Sunday, April 23, 2006

GUATE...BUENA


Ya son muchos días sin saber de mi regreso a Venezuela; no me han avisado, y llevo casi dos meses reportada lista para volver. Ya Glendita está totalmente recuperada de su fractura en el bracito y comenzó la escuela (y pude ir con ella en su primer día de clases), así que voy a preguntar a la Dirección Provincial y me entero de que ya estoy en la lista para el siguiente llamado. Debo ir a despedirme de los míos. Voy a ver a Mami a su trabajo, y regreso sólo a inscribirme en el Focsa.

Luego de todos los trámites me voy a casa a dormir. Glendita sabe que me iré pronto, y ya no se me despega. Esa noche es el abrazo fuerte que no puedo quitarle ni dormida.

El jueves quiere ir conmigo. No acepta separarse los minutos que puede tenerme. Se repite la espera, mi escapada a la casa, el abrazo de toda la noche de mi G2, y su vuelta acompañándome en la mañana del viernes. Aunque tampoco sea hoy la partida, Mami ya no quiere que regrese a casa: la despedida nos hace daño a las tres, pero más a la niña, que se niega a ir a la escuela por estar conmigo y a dormir, por esperarme. Es muy difícil, pero comprendo que es lo más razonable.

Ese viernes se nota tensión, nadie se ha ido. Tácitamente, ha acordado todo el grupo mantenerse en el jardín del Focsa, a la espera de noticias, pues se supone que haya vuelo hoy, pero además, hay algo que no sabemos, aunque podemos notar diferente.

A las dos de la tarde, nos reúnen para preguntar misiones anteriores, especialidades. Todos nos miramos sin comprender nada.

En la noche nos viene a buscar Iván, de la Coordinación de la Misión de Venezuela, para salir con nuestros equipajes. Aún no sabemos a dónde, pero nos dice que nos hablarán posteriormente, que es para cumplir otra misión de urgencia.

Nos llevan a la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), donde dormimos (¡!) esa noche, entre la tensión de lo desconocido y los cuentos de las experiencias de todos. Llegan grupos de casi todo el país, miembros de “la Henry”, como dicen muchos. En mi habitación hay tres doctoras de Matanzas, que estuvieron juntas en Guatemala, de donde llegaron hace pocos meses. Hacen varias historias de allá y nosotras, de Venezuela.

Hay rumores que nos sorprenden: Guatemala…el Salvador, México…¡¡PAKISTÁN!! Sabemos de la existencia de la Brigada Henry Reeve, pero ninguno de nosotros forma parte de ella y no pensábamos en esta posibilidad.

Ese día, comenzamos a imaginarnos posibles destinos. Hay algunos que se mantienen incrédulos. Sobre todo una doctora que ha venido a Cuba por diez día como estímulo, que no quiere creer lo que está pasando, y asegura que no, que nosotros volveremos a nuestra misión. Está en shock, y la novedad no la deja pensar más que en el esposo que la espera en Venezuela.

En la noche vuelve la premura: los equipajes, las carreras de todos. Acababa de decir a los míos que no se sabía nada, cuando escuchamos a uno de los que ya identificamos como líder del grupo con un listado donde estamos casi todos “los del Focsa” y algunos de los que han llegado del resto del país. Vuelvo a llamar a la casa para decir que nos vamos, pero no sé a dónde.

Ahora es a Machurrucutu, una antigua escuela en el campo, hoy dependencia de la ELAM. Nos espera un grupo ya sentado en semicírculo, un micrófono… ¡Viene Fidel! Esto es sólo un decir, pues ya vino, nos esperaba él a nosotros (y haló algunas orejas a su modo por eso).

Nos habló unas dos horas, explicándonos la misión: seríamos tropas de choque en la emergencia en Centroamérica. Será difícil, no hay asegurado nada para nosotros, así que viviremos en las mismas condiciones en que se encuentren los damnificados por el huracán. Habla de la cuantía de la ayuda de Cuba a Guatemala, de la negativa de El Salvador a recibirnos, y la indecisión de México. Nos da cifras de lo hecho en Venezuela, apoyado en Elia Rosa, la jefa de la misión allá.
Coloquialmente, bajito, seguro de que lo haremos bien. Se interesa por la reserva de comida en conserva que llevaremos, y la de medicinas.

Saldrá un segundo grupo de 100 médicos (pues ya hay uno en camino) en la madrugada del domingo, es decir, en unas horas, hacia Guatemala. La tercera brigada (nosotros), el lunes. Aún no sabemos el destino: dependerá de la respuesta de los gobiernos de los otros dos países, para definir si será a uno de ellos, o también a Guatemala.

Lo que sí está claro ya para mí, aunque no para algunos de mis compañeros de la misión en Venezuela, es que somos parte de la “Brigada Henry Reeve para Situaciones de Emergencia y Epidemias”.

Pasan domingo y lunes sin novedad.

No conozco a nadie de este grupo.

Entre risas nos hemos unido un septeto tan loco que nos repetimos una y otra vez el “lema de la brigada Madagascar”:
¡¡Sonríe y saluda!!

Un cirujano comiquísimo a quien recuerdo luego como parte del equipo que operó a Mami cuando él aún era residente, y al que sin dudar llamamos Alex; antes de que me lo dijeran, me autonombré Gloria; a una matancera que hablaba como loca, muy nerviosa y con miedo, llamamos Melman, y un Martin holguinero, todo risa y simpático. Además, un Popeye con barba, poco pelo y mucho músculo, que ya tenía alias antes de la fundación oficial de esta “brigada”, y otra pareja, a los que sólo decíamos “los pingüinos”. Estuvimos juntos todo el tiempo y nos decíamos los alias, tanto, que no recuerdo algunos nombres. Éramos una manada algo rara, pero ¡una manada!

El domingo Mami y Glendita fueron a verme. Debían traerme ropa de invierno que no tenía en mi equipaje, pues la ciudad donde trabajo en Venezuela no conoce el frío, y llevarse todo lo que yo llevaba a Venezuela: regalos a amigos, casi todo lo mío. No podríamos llevar más de dos o tres mudas, pues el equipaje (incluyendo la comida y todo lo recibido: botas, linternas, material desechable y de cura, capas, chaqueta) debería caber en un maletín mediano, y nos habían dicho que lleváramos sólo lo indispensable. Cargaríamos además dos mochilas de 12,5kg de peso cada una, de medicinas, y no sabíamos si habría que caminar con todo…en fin… Hubo más lágrimas, y Mami sólo me miraba (yo sé que me encomendaba a todos los santos y santas de la corte celestial); G2, abrazada y llorosa, y yo, tratando de reírme, para que no se me viera el miedo inevitable a un evento así.

Esa madrugada nos llamaron a la una, para darnos un dinero de bolsillo, lo que hacía inminente nuestra partida, pero no supimos por qué, no fue así el día previsto.

Luego nos enteramos de que el grupo que nos precedió no pudo aterrizar por el mal tiempo; tuvieron que llegar hasta Honduras y regresar por carretera. Esa fue la causa de la dilación del tercer vuelo.

Liberábamos adrenalina en risas estentóreas. La segunda noche dormimos (¿!), todos juntos en el cuarto de los hombres, después de reírnos como hasta las cinco. El insomnio nos tenía lentos en la mañana.

Como a las diez, nos repartieron las mochilas y las conservas, y salimos un poco antes de las doce hacia el aeropuerto. Pude llamar a la casa desde un teléfono del cuarto piso, para avisar que saldríamos rumbo a Guatemala .

Un viaje de dos horas en contra del reloj (por las dos horas de menos, salimos a las 4 de la tarde de La Habana, y aterrizamos a las 4 de la tarde en Guatemala), con mis locos amigos, con un “virgen de aviones”: un jovencito lindísimo, de ojos abiertos por la emoción , que no dejó que lo despegaran de su ventanilla “ni por lo que dijo el cura!”, para vivir a tope su “primera vez” en el aire. Un Loquillo, del que nunca supe el nombre (al parecer, tampoco lo sabían en el ICRT, pues sólo pusieron el alias en el listado de vuelo y por eso salimos una hora después), camarógrafo de contingencias, iba a mi lado, entre el chico y yo, y nos narró fotos tomadas en guerras de Angola, Etiopía, Nicaragua, mucho de las misiones médicas en todas partes y muchos eventos fuera de Cuba. Ha recorrido medio mundo. Iba con Fabiola, la periodista a cargo del documental de la primera misión de la “ Henry Reeve”. Ella iba detrás, preguntándolo todo, interesada en saber nuestras historias de Venezuela, cuando supo que una parte importante del grupo provenía de la misión allá, y muerta de la risa con nuestras locuras. El viaje se me fue muy rápido. Esperando el equipaje, se nos hizo de noche.

Nos ubicaron en una dependencia de ConfeDe (algo así como una ciudad deportiva), cercano al aeropuerto. Cenamos, y pude llamar a mi casa a mis casi 10 de la noche (12 de allá). A dormir. ¡¡ Mucho frío!! Como a las doce (2am para nosotros, según la hora de Cuba), nos llamaron a todos, y nos fueron ubicando según los distintos departamentos. Santa Rosa es el nombre. Seremos 9.

No estoy con ninguno de mi manada, sólo veo caras serias de cuarentones (¡ja! Yo, la quinceañera). En verdad, me asusta la gente demasiado seria. Eso me obliga a vestirme de una seriedad que me asfixia, a no ser yo, por no tener partenaire para la risa. Disfruto con mis locos la mañana, el almuerzo, y miro de reojo a mis futuros compañeros de aventura. No veo ni una sonrisa… ya me imagino el aburrimiento que me espera.

Durante el almuerzo, se sientan a nuestra mesa (casualmente, la más ruidosa y risueña), el Embajador de nuestro país en esta tierra, con quien cambiamos algunas bromas, y los Drs. al frente de la misión. Nos oyen los disparates de “Sonríe y Saluda”… “¿Y ahora? ¡Horrible!” y se ríen con (de) nosotros.
Ya nos alistamos.

Popeye y Alex, a Quiché. Martin, Melman y los pingüinos, a Sololá. Nos hemos besado mil veces:¡ hay que escribirse, caballero!¡No se pierdan! ¡Tenemos que vernos de nuevo!
Tanta risa y tanta adrenalina compartida, queremos que se repita.

En verdad, no sabemos ni qué encontraremos. Ya camino a Santa Rosa, me entero de que es departamento fronterizo con El Salvador, en la costa del Pacífico. También, que es muy caluroso (de lo que me alegro, pues toda mi ropa es “encueruza”, por culpa del calor venezolano). Sé también en este momento, que la zona a donde van mis amigos es MUY fría.
Don Dany, el chofer que nos lleva, con quien voy de copiloto, es muy locuaz y gran bromista, es quien nos da los primeros informes de Guatemala: el altiplano, a donde pertenecen esos departamentos, es muy frío. Él acaba de regresar de allá, y necesitó “cinco chamarras” ,al decir de estos lares, para soportar ese frío húmedo que cala hasta los huesos.

Me equivoqué desde el principio al juzgar por las apariencias. La jefa de este pequeño grupo, Dra. Odalys, una habanera cuarentona, gorda, blanquísima y que se veía muy estirada, resultó una cubana de pura cepa. Venían además en “mi” pick up: Olivia, según ella “la mujer de Popeye el marino, pa’ que no se te olvide”, una santiaguera confianzuda y bullanguera, que enseguida empezó a tutear a Don Dany, y “El Migue”, un mulato lindísimo, timidón, anestesiólogo y pinareño (¡¡embarca’o!! ¡Todos los cuentos de pinareños, se nos ocurrieron en ese viaje!). Ellos tres van apretados detrás, pero no quieren cambiarse al otro microbús, por seguir en el “bochinche”. Los cuatro estamos en la Misión de Venezuela y ya hemos incorporado palabras de allá. “Va puej” son las de Olivia, y tanto las dice que se le pegan a Don Dany.

Llegamos al Centro de Salud de Cuilapa, cabecera del distrito, y nos dicen que sigamos a Chiquimulilla.
_¿ Es muy lejos?
_Noo, como a media hora.

Pronto aprendemos que las horas guatemaltecas son muuuyyy largas.

El camino es peligroso, lleno de curvas, hay barrancos, en algunos lados, que nos dan bastante miedo. Noche cerrada ya, muy oscuro, taquicardia, sudores… Vamos hablando bajito, Le converso a Don Dany despacito, la idea de que se nos duerma y nos desbarranquemos, me aterra. Pasado el peligro, vuelven las risas.
Llegamos al Centro de Salud de Chiquimulilla, donde nos esperan. Luego del saludo y un rato de conversa, nos llevan a cenar: carne, frijoles volteados (recomendados expresamente por Odalys, que ya estuvo dos años en Quetzaltenango, y sabe de comidas chapinas), tortillas (uy…no me gusta eso), “agüitas” y “ agua pura”. Ya vamos aprendiendo los modismos.

Le cantamos felicidades a Lídice, una de las doctoras que venían en el microbús, y se le da un ramo de flores y un collar que habíamos comprado saliendo de Guate.

Regreso al Centro de Salud a buscar los equipajes personales. Dejamos las mochilas con las medicinas (¡todavía no sé cómo pude con ellas!).

Nos llevarán a un hotel.¡Qué rico!...Ehh, qué lejos…¡¡y qué oscuro!! Uy, qué es esto??!!

Un parque ecológico, nos dicen cuando llegamos.¡Hay hasta zoológico! Nos bajamos en un lodazal, casi nos sembramos. Con bastante miedo, porque es en el medio del monte. Hay bichos, culebras…

Don Dany, que ya sabe de mi fobia a las ranas, me dice; Naa, doctora, pero aquí no hay ranas…lo que hay es unos sapos…así! Y abre las manos como medio metro. Don Dany, como siga usted en ese plan, me meto en la pick up y no me saca ni la policía!
Creo que fue sólo el terror, la nueva causa de nuestras carcajadas.

Nos explican que todos los hoteles de la pequeña ciudad, están ocupados por autoridades de los diferentes sectores, con motivo del desastre.

Los médicos guatemaltecos nos miran sorprendidos; al parecer, no encuentran el motivo de nuestra risa. Hay uno, de unos cincuenta y tantos años, que sí se suma a nuestra humorada. Creo que nota nuestro pavor, y ayuda a bajarnos la adrenalina. Se van los demás, pero este Dr. Enrique, de quien ya me enamoré perdida por lo inteligente de su conversación y su humor fino y contagioso, se queda con nosotros. Parodiamos él y yo, al Don Juan Tenorio y a Romeo y Julieta, incitados por la disposición elevada de las cabañas sobre el terreno , que simula el balcón genovés. Nos cuenta un poco sobre el lugar, y de su país. Por él, sabemos del Lago Atitlán, motivo de orgullo para todos los guatemaltecos, rodeado por doce poblados con los nombres de los Doce Apóstoles, nos habla de Quiché, donde su padre fue gobernador en la década de los ’50, y de otros lugares célebres por sus bellezas naturales. Dice ser “¡100% chapino!, no les enseño la etiqueta, porque está en un lugarrrr…!!”

Luego de adaptarnos a este Eco Park, más calmados, encontramos el modo de bañarnos, y nos disponemos a dormir en nuestras cabañas, que resultaron verdaderamente confortables y seguras, protegidas con malla fina.

Yo me quedé un rato sentada en el portal de la mía, cantando bajito. El insomnio es mi peor mal, y tantas emociones merecían un ratico de recogimiento y soledad.

Odalys y Miguel están ya dormidos cuando me acuesto por fin, y me costó un largo rato conciliar algunas horas de sueño.

Nos despertaron las primeras luces. Conservamos nuestros relojes biológicos puestos en la hora de Cuba y Venezuela, así que antes de las cinco, o siete, hora de allá, estamos de nuevo hablando y bromeando de una cabaña a la otra.

El Dr. Enrique me invita a un paseo por abajo, por el río donde también hay un restaurante, para que no me vaya sin admirar lo lindo del lugar. Que esperen un poquito, me dice.
(Al parecer, su palabra es ley en este sitio. Luego supe que en algún tiempo fue Viceministro de Salud).

Es realmente un lugar para disfrutar en calma. Árboles y helechos gigantescos rodeando un río que vemos debajo del puente por donde descendemos y estanques con los peces que serán la comida de quienes los escojan. Seguimos bromeando mucho, nos tomamos fotos que él promete enviarme. Algo de zalamerías y halagos.

Le agradezco el paseo, es la primera vista de su país que disfruto plenamente. Y le aseguro que nuestro comportamiento algo raro de la víspera, era por la necesidad de liberarnos de la primera impresión, por el sitio desconocido, y por tantos cambios en tan pocas horas. Sólo asiente, como quien ya sabía lo que está oyendo, y volvemos.

Ya estaban todos los equipajes (incluidos los nuestros), en la pick up de Don Dany. Las mujeres iríamos en el carro. Los hombres bajarían la montañita a pie por un atajo mucho más corto, así que llegamos juntos.

Vamos a desayunar y a escribir a nuestras casas desde un cyber frente al comedor.

Ya nos despedimos: cada uno irá a una aldea distinta, no sabemos cuándo volveremos a vernos. Otra vez nos espera lo desconocido.





LA BOMBA

Así se llama “mi” aldea. Ya me enseñaron una foto del Puesto de Salud, pero la realidad supera a mi imaginación.
Me han advertido el Dr. Manuel, guatemalteco, y la Dra. Yadira, coordinadora del departamento, que no es posible quedarse en este puesto de salud, pues se moja completamente, por roturas en el techo. La enfermera se ofrece a albergarme en su casa.

En este puesto de salud, la entrada es un gran lodazal, donde casi me siembro. Voy despacio, un resbalón aquí, puede ser fatal. Adentro hay una población de vampiros que han expulsado a la “seño” y su familia (que vivía aquí hasta hace 8 meses), y vuelan enloquecidos cuando se les molesta. Mi cara se alarga bastante, pero me sobrepongo, y se van los jefes.

Veo sólo algunos pacientes en la tarde, y nos vamos a la casa, que es a unos metros.

“La casa” es una habitación con un portal. Hay dos habitaciones más a ambos lados, en las que viven dos familias más. La cocina, que comparten todos, está a un costado y el baño, con el pozo y un lavadero, detrás.

Veo dos camas pegadas, un escaparate y un mueble con televisor y otros objetos. Algo que no deja de sorprenderme en estas condiciones, es encontrarme todas las muestras del desarrollo tecnológico (microondas, TV, cafetera, licuadora), rodeados de niños sucios, descalzos, en el lodo, mocosos. Respiro: es pronto para censurar, incluso para aconsejar. Por hoy, sólo acompañaré. Voy a ver y oír, no a hablar.

Me preocupa cómo nos arreglaremos para dormir, pero no pregunto nada. Me dan un espacio para mi equipaje personal, pues las mochilas quedaron en el puesto. Me voy a bañar, pensando en las posibles ranas, pero me dicen lo mismo que Don Dany; “No se preocupe, aquí no hay ranas, sólo sapos
/------------------------/ así”. Bueno, esos al menos, no saltan encima, sólo dan brinquitos en el piso. Rogando no ver ninguno, recorro el patio y el baño (en esa poceta no cae detergente desde la era paleozoica, pienso para mis adentros, y ya sé que no podré sentarme jamás).

Converso con el vecino del cuarto de la izquierda (los habitantes del otro, nunca aparecieron). Es otro bromista. Parece que es mal endémico por aquí ser provocador de risas. Me cuenta de sus experiencias con otros cubanos, y sus buenos recuerdos. Habla mucho y bien, y pasa mi primera tarde-noche, aplaudiéndome a cada rato, por los “besitos” de los zancudos.

A dormir. Un ventilador para todos, y nos acostamos la enfermera, sus dos hijos, la gata Panchita, y yo. Tono, el esposo, durmió en la pequeña bodeguita familiar.

¡¡¡¡¡¡Calorrrrrrrrrrrrrrrr!!!!!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Mosquitosssssssssss!!!!!!!!!!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Apagónnnnnnnnnn!!!!!!!!!!!!!!!

Amanecí comida por los bichos, somnolienta…no había dormido nada.

Mi primer día de consulta. Vinieron 84 pacientes.
En esta zona de inundaciones y lodo, lo más visto son las infecciones de la piel por hongos (micosis) y bacterias (piodermitis), así como las infecciones respiratorias agudas (IRAs). A pesar de lo que esperaba, las enfermedades diarreicas agudas (EDAs), no se han manifestado en alta proporción, debido a que se usa agua tratada o embotellada para el consumo doméstico.
Acuden en multitud, familias enteras, pues ya saben de la presencia de médicos cubanos en la zona, y ya nos tienen confianza. Me precedió una doctora hace unos días, que fue traída en helicóptero, durante las inundaciones, y ya saben de la permanencia en algunas aldeas cercanas y en el puesto de saluda de Chiquimulilla, de médicos extranjeros. Nuestra labor es conocida y agradecida.

Me recuerdan a mis primeros pacientes en mi postgraduado, en una zona rural del centro de la isla. Como en toda comunidad pequeña, todos se conocen, se saludan siempre, aunque se hayan visto ya, son muy respetuosos; por favor, gracias, son palabras de todos los días, hasta en los niños. Agradecen mucho; los mayores siempre bendicen. (Ese “Dios me la bendiga”, aprendido en Venezuela y escuchado tanto aquí, me conmueve siempre).
Me encantan estas gentes tan bromistas.
Don Armando, un hombre de casi setenta años, pero que se le ve lo “Tenorio” de lejos: alto, ojos azules y escrutadores, genio vivo, muy “sato” diríamos en Cuba, es uno de mis preferidos. Viene a menudo, desde el primer día. Tiene hongos, es diabético. Le doy crema para sus pies, pero le insisto en lo importante de compensar su glicemia, para poder curarse.
Es muy activo, se mantiene trabajando. También conozco a su esposa, Doña Zoila, mujer a la que se le puede calcular aún lo linda en su juventud, que conserva la alegría en su mirada, dulce como pocas, que abraza para hablar, con el cariño de madre, y no sólo a mí; la observo, para ver si es sólo deferencia conmigo, pero es así con quienquiera que hable, y me gusta más entonces, esta mujer que no se endureció a pesar de las infidelidades que adivino en su marido, y la dureza de su vida. ¡¡Acaricia con manos y ojos a todo el que la rodea!!

Don Armando nos llevó el primer sábado a Chiquimulilla, y nos hizo reír mucho a Marta y a mí con sus ocurrencias. También, por ser nacido en la zona, nos dio algunos datos geográficos como: “eso no lleva más de unos años ahí, antes era todo potrero”, o históricos, y algunos chismes.

Hablé con la casa, con los míos, ese sábado. Mami siempre grita cuando me oye, y Glendita me acaricia con su “maaaaami” susurrado. Les conté del lugar, de la acogida de las gentes, y preferí no extenderme en mi ubicación, para no preocuparlas.
Las tranquilizó saber que estoy en zona cálida, y lejos de posibles deslaves o movimientos de tierra.
También hablé con algunos de los otros míos, amigos de mi cibermundo, y alejé un poco la nostalgia.

Domingo laaargo, pero no aburrido: vinieron a dejar una donación del Hospital Herrera Llerandi, y conocí a su director, un intensivista que se mostró interesado en conocer las condiciones del sitio. Al saber que soy residente de anestesiología, me asalta a preguntas sobre la Medicina Intensiva en Cuba, y las condiciones de trabajo y de vida allá.
Uno de ellos estuvo en Cuba, y conoce al Dr. Pardo, Jefe del Grupo de Medicina Intensiva en Cuba, y mi profesor, para quien me dio su saludo.
Me dejaron un set de examen de otorrinolaringología como regalo, y mucho de medicinas y alimentos para la comunidad.
(Leí en sus caras que no se hubieran quedado allí de ningún modo.)

También vinieron especialistas en saneamiento de las aguas, que trabajan para “Médicos sin fronteras”, con quienes conversé bastante sobre los proyectos inmediatos de saneamiento de pozos, y la colocación de tanques de agua potable para el consumo de la población. Vimos pocos pacientes.

Mucha conversa este domingo, y me voy aprendiendo los modismos del “idioma chapín”. Inevitablemente, hago las analogías con el “dialecto venezolano” que he tenido que incorporar, lo que me causa bastante risa para mis adentros, porque a veces se me va alguno y me miran extrañados, hasta que me doy cuenta y rectifico.

Los días aquí son lentos. Mañanas y tardes de consultas, donde vemos a muchos pacientes, la mayoría con afecciones agudas causadas por la inundación.

Influyen mucho en la incidencia de estas enfermedades, los hábitos de los pobladores. Éstos hábitos son los más difíciles de cambiar, pues están ya arraigados entre la gente.
Mi trabajo es también educativo. Hablo mucho, explico la importancia de extremar la higiene para evitar brotes de enfermedades en esta zona ya dañada por las aguas contaminadas. No hay niño o adulto con las uñas limpias. Los pies tienen incrustados ese lodo en estrías que forman líneas oscuras, que parecen acompañarlos desde los primeros pasos.

El martes, voy con Marta a la aldea vecina, El Aguacate, donde ya nos esperaba la presidenta de la Junta de Vecinos, doña Gioma, y muchos pacientes. El local de enfermería no puede ser utilizado: tiene una capa de 10 cm de alto, de polvo, resultado del bodoque se secó después de la inundación.
Esta aldea es más baja que La Bomba, y duró más el embate de las aguas depositadas.
(me cuentan que hay otra, m{as baja aún, “La Máquina”, todavía incomunicada por un gran charco en medio de la vía, que sólo se puede atravesar en tractor, y aún así se moja quien lo intente. La madre de Doña Gioma, una anciana de casi ochenta años, muy activa y vivaz, nos prepara una sopa de gallina, gallina asada al horno, y arroz. Está emocionada, es la primera vez que un médico pisa su casa y come su comida. Yo me trago aquellas cosas verdes que tiene la sopa sin pensar en qué serán, y ella se conmueve de verlo, porque dice que alguien que no se pone con remilgos siempre es bien recibido en su casa (en Venezuela, me dicen que soy “de colcha o cobija”, que viene a ser lo mismo, en lenguaje popular, que “no ser caquera”, como dice ella.) Me avergüenza ponerme difícil en tierra y casa extraña, así que me dejo llevar por la situación y disfruto la atención de gente que se entrega de verdad y con tan buena voluntad.

Aprovechamos una reunión de padres que se da el miércoles en la escuela de la aldea, delante del Puesto de Salud, en la que participa gran parte de la comunidad, y en presencia de los maestros, de algunos dirigentes del consejo de vecinos y líderes, ofrecemos una audiencia sanitaria sobre saneamiento de las aguas, higiene personal y ambiental, imprescindibles para combatir infecciones luego de la inundación.

En “mi” casa no es diferente. La convivencia casi promiscua con los animales, que acepté al inicio y combato con la mayor delicadeza posible, hace que proliferen insectos y enfermedades.
Ya nos acompañan en la habitación, además de Tono, que no soportó más el calor en la bodega, el único pollito sobreviviente, y un puerquito pequeño, para defenderlos de la humedad de afuera. Sugerí que Panchita no debe dormir con nosotros, a Becky, la nena de 9 años, que es casi la madrecita y ama de casa durante el día: “te hace daño, no vas a poder tener hijitos”. Y al parecer, surtió efecto, pues la gata ya no es inquilina de nuestra cama. Es necesario comenzar a mover esas costumbres, y con respeto y afecto se logra.
Hablo con las madres, con la intención de cambios nutricionales, pues se ven muchos niños con bajo peso y mal nutridos, en los que influyen las carencias causadas por los bajos ingresos, y la mala orientación nutricional que hace que se aprovechen mal estos recursos.

El viernes hay que ir a Chiquimulilla. Comenzará la Campaña Nacional de Vacunación, y hay que traer las vacunas, algunas medicinas, y nuestro estipendio para quince días más. Me entero de la posibilidad de que se extienda la misión hasta el 30 de noviembre (más de un mes todavía).
Vuelvo a escribir a la casa (no pude llamar, porque no hay nadie en casa a estas horas), y a algunos amigos.
Nada de mi “manada”, tendré que tomar la iniciativa, pero no esta vez, que no me da tiempo. Será la próxima, al menos para saber de ellos.
De regreso a la casa, hay que pasar por el Puesto de Salud de Cerritos, la aldea anterior a La Bomba. Hay dos médicos allí. Les llevo medicinas y sus estipendios. Al llegar, Lubia me pide que me quede con ellos, que tenían pensado irme a buscar en la tarde con una paciente-enfermera a mi aldea, para ir al día siguiente a Las Lisas, aldea de playa donde trabaja Lídice, la cumpleañera. Yo, que sólo llevo lo puesto, accedo, pensando volver luego a mi casa por lo necesario.

Hablamos mucho. Supe de la preocupación de Lubia por su esposo, que estaba con dengue en Venezuela, de reposo. Al médico, Adel, lo ví en la tarde, pues se encontraba visitando comunidades con los de “médicos sin Fronteras”. No tenía mucha confianza con ellos, pero igual ya me he acostumbrado a tratar a desconocidos como amigos de siempre, y me decidí a relajarme.

Chonita, la enfermera amiga de ellos, que se suponía nos llevaría, llegó muy tarde, y no pudimos ir a La Bomba, pues el paso normal seguía interrumpido, y había que atravesar una cañera, que prolongaba el camino casi una hora. Me dispuse a no pensar, y disfrutar de la aventura. Envuelta en una sábana, lavé mi ropa y me acosté.

Al día siguiente, esa misma Chonita nos llevó muy temprano a la Terminal de Chiquimulilla. De allí, fuimos en autobús hasta el Cruce de Pataco, y le hicimos seña a una pick up blanca para que nos adelante en nuestra dirección. Hugo, o Cuchi, como le decimos enseguida, resultó ser un profesor de Educación Física, salvavidas en su tiempo libre que al oírnos hablar, enseguida notó el acento extranjero, cubanas, y compañeras de la doctora de Las Lisas , a donde también iba él. Supimos que Lídice estaba alojada en la casa de un compañero suyo, esposo de la “seño” de allá. Esta feliz casualidad nos permitió visitar a Ada Mariuska, la doctora ubicada en Placetas, el primer poblado, y buscar a Odalys en la segunda aldea. Ya “la jefa” había salido hacia el muelle, donde nos la encontramos con todo su equipaje.
Más besos y abrazos, y ahora sí, las preguntas. Nos cuenta que estaba trabajando en Casas Viejas, con un equipo de médicos y enfermeros españoles, en armonía con casi todos, excepto con uno de ellos, pediatra, que la ha provocado demasiado, soltando denuestos contra Fidel y Zapatero, incitándola a la deserción, haciéndole difícil la convivencia.
Ya acordó con Yadira, la Coordinadora del Departamento, que no regresará a su aldea, esperará hasta nueva ubicación en Las Lisas. Nos enteramos de que también vendrá El Migue.

Hasta Las Lisas, hay que atravesar la desembocadura del río, para llegar a una banda estrecha de costa oceánica. Es un paseo en lancha de unos diez minutos o menos, que hacemos entre risas, contemplando el paisaje. Nos espera Adelso, el esposo de la enfermera, quien nos pasea por la playa, luego de dejar los bultos en el puesto de salud. Nos asombra mucho que nadie teme aquí dejar las cosas en sitios poco seguros, sin llave…así ha sido desde que llegamos a este país, y nos cuesta bastante quitarnos la paranoia adquirida en Venezuela y adaptarnos a esa idea.

¡¡ De frente al Pacífico!!
La imagen se engrandece con la idea.
En verdad, sólo es una playa con olas, algo a lo que cualquier cubano está acostumbrado. Creo que es el saber que se trata del océano, lo que nos hace mirarlo con admiración…y en verdad, también es el “madre mía, ¡¿que hago yo en el Pacífico?! ¡¡Ésta sí que no me la esperaba!!”, que nos abre los ojos y acelera el corazón. Arenas negras, brumas, sólo se ve unos metros adelante, la espuma cierra la visibilidad a corta distancia a ambos lados de la playa. Mucho viento. No puedo evitar pensar que es un sitio ideal para una película de terror, por el ruido, la bruma, y me río para mis adentros por la tontería. Desde el teléfono de Odalys llamo a Oswaldo, la Joya del Petén, y me encantó saludarlo. Acordamos vernos algún fin de semana, y “tropear y trovar”.

Finalmente, llegan Lídice y Claudia, la “seño”.Esperamos un poco más a los que faltan, pero ya hay que ir a la casa. Ya ha bajado la marea, nos hemos ido por el río en una lancha y no puede entrar hasta el canal de la casa. Hay que bajarse y cruzar un camino de lodo, accidentado, en el que chapoteamos todos riéndonos y empujándonos. Adel, el médico cuarentón de Cerritos, resultó un excelente estratega, y nos pasa a todas a salvo a través de un surco y una cerca.

Llegando nosotros, llegan también los españoles, de quienes venía huyendo Odalys. ¡¡ Se le estira la cara como dos metros!!
No esperábamos que vinieran.

Al inicio hay una gran tensión en el ambiente. El pediatra aparta a Odalys y le ofrece disculpas. Intentamos relajarnos.

Yo me quito mi ropa (que alguna vez fue blanca), y me pongo una sábana de flores malvas a modo de pareo. Luego del lavatorio necesario, nos vamos a la cocina. Me encargo de la yuca, los tostones, la ensalada. Odalys, del congrí. Claudia fríe pescados en el fogón de leña, al otro lado. El congrí nunca se hizo. Creo que por muchas razones, la cazuela inapropiada, la mucha cantidad, pero sobre todo, la tensión inicial, que nos sacó a todos de paso. Los españoles llevan prisa, deben volver. Les servimos lo que hay: tostones, bolas de plátano, yuca con mojo, pescado frito, ensalada, pan. Ellos agradecen la variación de su dieta de enlatados desde que llegaron (garbanzos, judías!!!!!!!!!!! Nos ofrecen algunas, que nunca pudimos recoger)

Esta vez la conversación fluye con naturalidad, nos intercambiamos direcciones de correos electrónicos para mantener relaciones. Sólo es el pediatra quien da la nota discordante, ebrio, insistiendo en provocaciones como “Que se muera Zapatero”, “Abajo Fidel”, obscenidades; nadie le hace caso, sus compatriotas nos miran apenados, disculpándose por tanta estupidez, y finalmente se van.

Ahora sí vuelven las risas, nos sentamos a comer lo que nos dejaron, hicimos unas cuantas sopas instantáneas, unas latas de carne, las cabezas de los pescados … (si se quedan un ratico más, nos toca comer arena!! Jajajaja) Migue, tú eres mío? Naaaa, el Migue es míooooooo! Adel celoso, “¡ay, mi cuchurrumí (este nombrete de Monsters, le duró toda la misión), yo también te quiero muchito!” Nos repartimos a los chicos, aprovechando que somos mayoría. Nos vamos a la playa. Fogata, chistes, comparamos frases de aquí con cubanas y venezolanas, y nos reímos de todo.

Ya de madrugada regresamos a la casa. Dormimos los seis (Mariuska se fue antes), en colchonetas en la habitación de los niños. Yo, entre los varones. ¡La croqueta! Más risas.¡¡ A dormir, y cuidaíto, los voy a vigilar!! Decía “la jefa”, con la linternita de su celular.

Amanecida sonriente. Odalys, que era la primera noche con ventilador desde que llegamos, y la primera noche de dormir bien. También, la primera vez que no come tortillas: en la casa donde se hospeda, es sólo eso lo que se cocina (yo pienso lo afortunado de no tener comer eso que ¡no me gusta nadita!)
A esa hora fue que hablamos en serio sobre lo que hemos visto, de lo que llevaremos como experiencia médica y humana.

Adel, de las aldeas todavía más pobres que La Bomba y Cerritos, donde ha ido con las ONG, las cosas raras para nosotros, a pesar del tiempo fuera de Cuba, y nos convencemos una vez más de la elección de seguir siendo cubanos “de adentro”, después de esas miserias.

El Migue cuenta de su poblado, es zona de playa (se le nota en la piel, ¡se ve todavía más lindo!), pero también la pobreza y las costumbres tan distintas a las nuestras.

Hablamos todos con nuestras familias en Cuba, desde el celular de Odalys.
Estábamos preocupados por el Huracán Wilma, que amenazaba en esas horas las costas cubanas. Nos tranquilizó saber que no afectaría severamente, sólo algunas lluvias y viento. Luego supimos que fue peor por las penetraciones del mar en Ciudad Habana y Pinar del Río. Desayuno y sorpresa para Adelso, una “Tortilla a la española cubana”, invento rarísimo al que le eché de cuanto ví: papas, jamón, cebolla, queso, sazonador… Le encantó (para ellos, tortilla es sólo la que se hace con maíz, y me aseguró que no había comido nunca algo así. Eso, tostones, congrí… ¡nunca antes! Les encantó. En Guate, como en Venezuela, se come más plátano maduro, y casi nunca verde, por lo que todo fue novedad.

Vamos a bañarnos a la playa. Sólo los chicos y yo: las muchachas le temen a las olas. Sólo un ratico, pero no podía dejar de mojarme en el Pacífico. Recordaba el entusiasmo de un amigo italiano al bañarse en el Caribe, y me reía sola, entendiendo ahora la alegría por lo nuevo e inesperado.
Sufrí un percance: mi sábana se abrió, y no podía levantarme a buscarla, ni taparme, por lo que empecé a tragar agua (¡medio Pacífico, me pareció!), así que casi me ahogo frente a todos, sin poder llamarlos. Más risas cuando hago el cuento, y un buen susto.
Almuerzo: el Migue le hizo una cirugía plástica a un jurel de casi 10 libras, y comimos “filete de pescado al pinareño” (ni una espina, se lució el chef!), congrí medio duro todavía, plátanos…Adelso seguía maravillado.

En la tarde regresamos por toda la playa hasta el puesto de salud. Nos encontramos a un grupo en pulóver blanco, jeans y botas y los abordo: ¿cubanos? ¡síiii!
Un profesor de Cardiología de mi Hospital (Ameijeiras), un cirujano de Matanzas, dos médicos jóvenes y un guía, médico guatemalteco. Hablamos otro rato: la preocupación del matancero por su hijo, que salió rumbo a Pakistán y no han recibido noticias suyas aquí ni en Cuba, la posibilidad de regreso a fines de noviembre, algunas experiencias de ambos grupos. Son de la segunda brigada, la que salió antes que nosotros. Nos cuentan de su viaje hasta Honduras, el regreso por carretera, dormir en el camino…¡¡toda una odisea!!
Nos abrazamos y despedimos.

De regreso, ya en los botes, vamos con un grupo de salvavidas muy chistosos y agradables. Veo uno de ellos con un libro de Frederick Forsyth que no he leído, y casi sucumbo a la tentación de quitárselo y salir corriendo, pero en vista de que me alcanzará, me resigno a comentarle que me encanta ese escritor, que acabo de leer algunos (ODESSA, El Chacal, uno sobre el rapto del hijo del presidente de USA, que no recuerdo el título), y que me gusta mucho. Hablamos un poco de libros, y nos separamos.

Regresamos con Cuchi hasta el Cruce de Cerritos, y luego de una espera de casi dos horas, volvemos al puesto de salud de Lubia y Adel.

Dormiré con ellos, y en la mañanita regreso a La Bomba . Me quedo en la cama de Adel, que es la más grande, invitada por él, para que no me coman los bichos fuera del mosquitero, como la primera vez, y siento demasiado acople de cóncavos y convexos en la madrugada, pero me hago la idiota, y me voy temprano. Me voy “vendiendo agua pura”, como le digo a Marta al llegar, pues me dio “jalón” un vendedor de agua que paró en todas las bodegas, pero me llevó hasta la casa.

Un día tranquilo, aunque con muchos pacientes.
Se han acercado embarazadas, pacientes con enfermedades crónicas. Ya no sólo es lo agudo, que ha ido cediendo con los días; vienen en busca de ayuda para enfermedades como hipertensión, diabetes; algunos, con trastornos quirúrgicos, como colecistopatías (trastornos de vesícula), preguntando si podemos ayudarlos.
Hay pocas medicinas para estos casos, y las ofrecemos a los que llegan, así como consejos para cambiar estilos de vida que afectan en estas enfermedades. Las charlas son cada vez más diversas: nutricionales, contra el hábito de fumar, y siempre sobre higiene y saneamiento de aguas.
Nos esperan en casa de Don Armando y Doña Zoila. Están medio bravos porque no aparecí el domingo. Me disculpé, y les expliqué que nos reunimos todos los médicos cubanos de la zona en Las Lisas, y hubo bromas, como “¡ya no nos quiere!, y risas y vergüenza para mi, que ni sabía qué decir. En menos de un segundo, Doña Zoila hizo un arroz con pollo exquisito, frijoles volteados (¡¡me encantan!!), queso y crema de leche, plátanos, limonada …y no sé si en serio o en broma, Marta propone que yo me quede aquí, en lugar de irme a cerritos. Ya me adivinó la intención de mudarme allá con mis colegas, e intenta que no me vaya. Lo cierto Es que me da pena seguir interrumpiendo la intimidad de un matrimonio joven por tanto tiempo. Pero me asegura muchas veces que no hay problema. “ya la niña la extrañaba”, me dice. “No se vaya, y no tenga pena”. Estoy invitada para dos graduaciones de dos jovencitos próximamente. Serán en restaurantes en Chiquimulilla.

Este martes, la “seño” se fue a vacunar a El Aguacate” y yo me quedé en la consulta. Han venido muy pocos pacientes esta mañana.

Recibo un grupo de maestras provenientes de la capital, con algunas cajas de medicinas donadas por los alumnos, que llegan mirándolo todo. Me impresiona que estén descubriendo esta realidad de su país. Toman fotos del puesto de salud y se asombran de todo. Preguntan por la enfermera, y al decirles, se interesan nuevamente por las vacunas, contra qué son, dosis, edades en que se aplican… Van en dirección a Cerritos. Llevarán también allá algo de su donación.

Ha sido una mañana tranquila, que me ha permitido escribir mucho.

Esta tarde iré a Chiquimulilla. Queremos (Adel y Lubia también), comprarnos celulares para hablar con nuestras familias y para comunicarnos entre nosotros.

Casi a las doce, me regreso a la casa, y veo un camión de la Pepsi, y previa consulta con Tono, quien me asegura que no hay peligro, les pido “jalón” hasta Cerritos. Me voy vendiendo refrescos en todas las bodegas (como seis), hasta la aldea anterior. En ese intervalo, el chofer me regala un “agua pura” para el calor, y refresco. Compré pan, que comparto con él.Ya en camino a Cerritos, me mira raro y me invita a algún sitio bonito…quiere pasear? ¡Vayamos al Autosafari Chapino! ¡Sí que son rápidos estos guatemaltecos! De veras me sorprende, no sé ni el nombre, y ya ofrece su casa, su carro, su dinero…¡¡un hotel!! Me contó que vive con sus abuelos, porque sus tres hermanos están en los “Estados” (siempre acortan: la refri (…geradora), los Estados (Unidos), la U (..niversidad), la depo (...sito, inyección de larga duración para planificación familiar). Vuelvo a hacerme la idiota, y le sigo la rima hasta llegar a mi destino.

Lubia me espera. Adel no ha regresado de su recorrido con Médicos sin Fronteras.Hablamos un rato, está ansiosa por hablar con su esposo. Nos vamos en el mismo carro en que venía Adel, hasta Chiqui. Luego de revisar algunas tiendas, encontramos los celulares. Vamos a escribir a nuestras casas. Yo, además, hablo con mis ciberamigos. De regreso, todos comunicamos con nuestras casas en Cuba. Eso nos alegró el día. Los vecinos de Lubia me han conocido también, y se prestan solícitos a ayudarme. Ya me han colocado una cama, me buscaron un mosquitero…me facilitan mi estancia, y esto además me evita roces y picadas de cualquier tipo de animal salvaje (incluyendo el “Adelsis bichuris” que se me pegó en mi primera aventura).

A la mañana siguiente, el regreso fue más difícil; no había “jalón”, y llegué pasadas las ocho a mi consulta, a pesar de haber madrugado. Es ésa la razón por la que no puedo mudarme acá con mis colegas. Es difícil el transporte, mientras no esté habilitada la carretera. Un miembro del COCODE de La Bomba (algo así como el consejo de dirección de la comunidad), me reconoce y me lleva. Me cuenta que se necesitan al menos trescientas camionadas de material de relleno para reparar la avería causada por el desborde del río, y maquinaria pesada. El dueño de los cañales por donde hay que atravesar, amenaza diariamente con cerrar el paso.

De vuelta a mi consulta. Ya tengo m{as confianza con algunos vecinos. Toya, la hija de Doña Zoila, es mi amiga, viene a menudo en las tardes a casa de Marta, a bromear y hacerme la historia de su vida.
Don Chaías (Isaías), mi vecino conversador, quien en las tardes me pone al tanto de costumbres y características del lugar.

También se estrechan mis lazos con los hijos de Marta: Becky y Tonito. Jugamos mucho, y entre juegos, voy intentando que se mantengan calzados, que el niño coma algo además de las golosinas (yo misma le doy la comida muchas veces). Me desespera un poco ver cómo le permiten que hagan lo que quieran, aunque no sea lo mejor para ellos: ya tiene caries en todas las muelas. Supongo que algo de anemia también, por lo mal que se alimenta. Converso mucho, siempre en tono familiar, sin imponer ni ce4nsurar, sino como alguien de confianza que aconseja. Son muy respetuosos, jamás responden mal. Intento ser amiga, y me parece que lo consigo.

También le enseño a decir correctamente algunas palabras ....